lunes, 8 de julio de 2019

45


En sueños la veía, el inconsciente a veces hacía de las suyas. Lo despertó la jaqueca y el insoportable canturreo de las catas del valle. Sudoroso, como fermentado, miró sus manos y pensó en lo viejo que se había puesto. Taciturno aún, fue a buscar la pala para comenzar  la jornada. Trabajaba duro, para poder llegar exhausto a la noche y así dormirse sin pensar. Cuando esto no alcanzaba el vino lo ayudaba a caer en cualquier lugar del rancho.
Hablaba solo, para matar el silencio. Se fue acostumbrando a su soledad, como a esas cosas que llegan con el tiempo. El frío del otoño le traía recuerdos: el paisaje mutaba y también sus sensaciones. Una noche de mayo, la añoranza y el vino lo embriagaron.  Al otro día, se levantó con una extraña alegría. Saludó a sus perros, y en ayunas se internó en el monte. Un azul grisáceo y denso pintaba el cielo, los nubarrones casi ni se movían, una corriente gélida le estremeció el espíritu. Entumecido, abrió el chiquero…Las cabras salieron escoltadas por los perros. En silencio oía el viento mientras veía al rebaño adentrarse entre los algarrobos. Luego caminó un trecho hasta el establo, para encontrarse con su caballo negro azabache- Gracias amigo, te voy a extrañar-le dijo con un hilo de voz. Acongojado, sollozando bajito, regresó a su morada, aún no había terminado.
El sol aproximaba tímidamente, eran casi las nueve. Caminando despacio, casi sin dejar rastros, llegó al corral de las aves. Agarró dos gallinas y de un tirón les quebró el cogote. Las desplumó como pudo- los perros tendrán comida cuando vuelvan- pensó. Ya en el rancho, se sentó en el lugar de siempre. Tembloroso tomó un lápiz, una hoja en blanco y  escribió:
“Querida mía: estas líneas son para vos. Sé que tendría que haberlo hecho hace unos cuarenta y cinco años, pero aquí van.
Soy un cobarde, lo sé. Y aunque nunca te encuentres con esta carta, te quiero dejar mi verdad…porque no hubo ni un solo día en que no haya pensado en vos. Cuando me dijiste que estabas embarazada sentí un terrible temor, que casi me desmaya. Vos estabas llegando a tus dieciséis y yo apenas dieciocho. No tenía ni idea de la vida, pero lo triste es que aún de viejo sigo sin tenerla. Me acobardaba la situación y huí. Sin rumbo,  anduve por muchos lugares lejanos. Vos era mi única razón para quedarme en el pueblo. Siempre fui solitario, hasta que te conocí. Me moría de angustia por dejarte desahuciada y triste. Pero mi miedo era más grande. Por años pensé en qué decirte al volver. No tuve paz, te pensaba a cada rato. Después de diez años de idas y venidas, un día me decidí,  y regresé. Fue en una noche de mayo. Llegué en el primer tren de la madrugada. No quería que nadie se enterara que estaba de vuelta. Esperé en la estación y busqué albergue en lo de un conocido. Al pasar cerca de tu casa, nuevamente el temor me invadió. Aún te amaba como el primer día.
Mi idea era tener noticia tuyas e intentar acercarme para explicarte mi ausencia. Lo primero que hice al verlo a mi amigo fue preguntarle por vos. Aún me tiemblan las piernas cuando recuerdo su expresión. Ese cristiano empalideció de repente, y se fue…sin decirme nada. Todo ese fin de semana estuve preguntando,  pero solo encontré evasiones. Fueron días de mucho trajín, siempre con sigilo en la penumbra. Entristecido y  sin tener noticias, me sentí frustrado. A la semana, tomé mis cosas y fui a la estación…Mi alma se estrujaba por no encontrarte. Subí a aquel vagón contrariado, con miles de dudas, y luego de media hora de viaje, una extraña atracción me llevó a hurgar el bolso. Empecé a buscar desesperadamente, sin saber bien porqué.  En un bolsillo pequeño encontré un recorte de diario que decía “Conmoción en el pueblo: joven de dieciséis años fallecida”. Una fuerte opresión en el pecho casi me deja sin aire, fueron los peores instantes de mi vida. Continúe leyendo la noticia. Cada palabra era una puntada en el pecho. Te fuiste…desangrada por la desesperación. Era mi culpa, te había dejado sola frente a todo esto. El peso de mi error me aplastó, lloré amargamente.
No soportaba mi existencia, cada segundo era un calvario. Pensé en matarme, pero luego me di cuenta que era la salida más fácil. Debía pagar por mi falta, y por primera vez en mi vida, tenía que enfrentar a los hechos. Era increíble lo terrible que había sido esto en el pueblo,  porque nadie me quiso decir lo que te había pasado. Tu partida se llevó todo. Solo quería hundirme y jamás regresar. El mundo me era hostil y la vida una herida absurda. Decidí que lo mejor sería pagar mi condena entregándote mi libertad. Juré que iría al campo para nunca volver a salir de ahí. Desde ese día, esta hectárea se volvió mi celda. Hace cuarenta y cinco años que no he salido de aquí. He aprendido a sobrevivir con poco. Fue duro, muy duro, pero no tanto como arrebatarte la juventud. No te he olvidado ni un rato, y he pensado las mil y un maneras de redactar esta carta. Soñé, sentí y sufrí cada palabra, cada espacio, cada silencio. Volveré a tomar otra decisión cobarde, espero que sepas entenderme. Te amo”.
Un estruendo fuerte espantó a las catas. La sentencia se había consumado.





FIN.

Pintura de Alfred Sisley, Meadow, 1875


Rumi


jueves, 28 de marzo de 2019

La Serpiente


Ya oculto detrás del matorral intentó recobrar la calma. Era inútil,  sólo podía pensar en los tiempos de paz. Aquel recuerdo traía consigo algo de preocupación. La incertidumbre y la desgracia de su pueblo calaban hondo. Él sentía en su piel el dolor, el mismo que habían sentido sus hermanos por las bayonetas enemigas. Aunque efímera, la paz a la sombra de las jarillas era un leve respiro ante tanto caos.
El peligro estaba cerca, y el encuentro parecía inminente. Tenía la planta de los pies lastimadas  por las espinas, la sangre le brotaba por las heridas, sentía sus miembros adormecidos, y calambres en las pantorrillas. Un fuerte ardor en el hombro izquierdo también lo aquejaba. Y mientras secaba su sudor incesantemente, pensaba en la posibilidad de ser atrapado por el enemigo… No porque fuera un cobarde incapaz de luchar, sino porque sentía que la lucha iba a ser despareja. No entendía por qué aquellos invasores lograron doblegar tan fácilmente a su pueblo que siempre se caracterizó por su valor y fiereza- ¿Qué clase de armas tenían que mataban a distancia con una precisión inigualable?- Esto hacía que cualquier acción frontal, por heroica que fuera, estaba destinada al fracaso. Sus hermanos habían caído valientemente, y su única alternativa en este momento era escapar.
Todo transcurrió muy de repente. Un ataque sorpresivo, un vendaval de tiros que poblaron de muerte y desgracia a ese lugar apacible del valle. Allí se encontraba, casi sin elección.  Empezó a recapitular el momento en que llegaron los forasteros con sus sofisticadas armas, recordaba que lo primero que hizo en ese momento, fue mirar a su padre y este,  le dijo- corre, ándate muy lejos y no vuelvas, ¡anda, ya!- Entre la confusión y el griterío, esas palabras fueron su guía, saliendo a toda velocidad con un impulso casi animal.  
Ahí estaba ahora, refugiado en la sombra. Confundido por toda la situación, no hallaba la manera de poder ayudar a su tribu.  Miró a su alrededor, estaba solo, esto significaba que tenía unos minutos más para idear algo, pero ¿qué? Sin respuesta, tomó un puñado de arena caliente y lo tiró con furia hacia arriba. Se sentía abandonado por sus ancestros. Llorando de rabia, pensó que ante tal situación solo los dioses podían socorrerlo. Se arrodilló ahí mismo, y sin titubear empezó a rezarle a Kuyaycha, a ver si el Dios de los Yutay, protector de los justos y los desamparados podía iluminarlo.
De repente empezó a sentir una fuerza incontrolable que nacía desde la tierra abrasada por el sol. Creía estar delirando, dudaba de aquel aluvión energético. Un leve temblor lo sacudió,  y fue en ese momento, cuando vio brotar de la tierra una hermosa serpiente de unos dos metros de largo de  color azulado. Exótica y extraordinaria, sus escamas brillaban al sol como un lapislázuli. Asombrado por semejante espectáculo, tragó saliva y se quedó inmóvil. Él veía como la serpiente se acercaba lentamente. Temeroso, volvió a rezarle a Kuyaycha, y en ese instante recordó una vieja leyenda que su abuelo le supo contar de pequeño, la leyenda de la víbora protectora del pueblo Yutay. Aquella “guardiana” aparecía una vez cada sesenta y dos años para traer la paz a su tribu. Según le decía su abuelo, esta aparecía siempre en un color violáceo, pero en su último regreso ella se vestiría de azul para salvar a todos los Yutay.
Ante  las coincidencias, levantó la mirada y observó la majestuosidad de la protectora. Envalentonado por la situación, le dijo:
- oh, querida protectora de nuestro pueblo. Hoy te necesito más que nunca. Un enemigo despiadado ha venido a conquistar nuestra tierra, matando a mis hermanos. Estoy desesperado, solo quiero redención para todo los Yutay-.
 Al decirlo, unas lágrimas cayeron por sus mejillas. La serpiente clavó sus ojos redondos y amarillos en aquel entristecido ser. Una ráfaga de viento sopló fuertemente y a lo lejos se escuchaba el tropel de unos caballos. Al parecer, los saqueadores estaban cerca. Seguramente se habían enterado que uno de los hijos del Cacique había huido y venían a completar su labor. La serpiente azulada empezó a contraerse de manera estrepitosa y vomitó una daga plateada. Desesperado, él la tomó y observó que tenía unas inscripciones que decían “lucha, hasta el final. Así la redención llegará para los Yutay”. Cuando volvió la vista a la serpiente,  notó que  ya se había ido. Empuñó la daga, y esperó agazapado a que llegara el momento de enfrentarse a su destino. Ya no había escapatoria posible. Confiaba en que aquella daga sagrada le daría la fuerza necesaria para salir victorioso. Sus esperanzas estaban renovadas, cierta actitud revanchista lo estimulaba.  
Se escuchó el relinchar de los caballos, tres hombres a caballo se acercaban. Rubios, sudorientos, y de ceños fruncidos, vestían un uniforme azul teñido de sangre yutay. Venían  dispuestos a completar su trabajo. La conquista había sido exitosa, los cadáveres yacían en fosas comunes. Las mujeres y los niños estaban prisioneros, y su destino parecía estar a merced de los expropiadores. Cautivos o muertos, el pueblo Yutay había encontrado su exterminio, a excepción de aquel joven irreverente, hijo del Cacique, que se había dado a la fuga.  Ellos pasaron cerca del matorral con sus fusiles al hombro, expectantes a cualquier movimiento. Mientras tanto, él esperaba el momento preciso. Quería sorprenderlos e intentar huir a caballo, aprovechando sus cualidades de buen jinete. Rápidamente trepó a un árbol, y cuando los vio abajo…se abalanzó sobre ellos, tirando de una patada al Coronel, y tomó por el cuello a uno de los soldados, mientras el tercero, aún a caballo,  le apuntó. La tensión crecía, él empezó a gritar, pidiéndole pelear cuerpo a cuerpo. El coronel no entendía nada de la lengua Yutay, pero por las señas del joven supuso lo que quería. Le  ordenó  a su escolta que bajara el arma, este obedeció. Y con un leve movimiento de cabeza, le pidió al nativo que soltara a su soldado. El joven acató, y soltó al rehén. El coronel desenfundó su espada y se dispuso a pelear.
Comenzó una lucha encarnizada entre el joven Yutay y el Coronel roquista. Las puñaladas surcaban el aire rozando los cuerpos. El filo cortaba todo a su paso, pero las heridas que se infligían eran menores. La paridad era evidente, pero el equilibrio de fuerzas se rompió de repente, cuando el coronel furioso arremetió contra el joven . En ese brusco accionar, el coronel tropezó torpemente y cayó indefenso. Pensó que su final había llegado. Atónito, ante esta semejante oportunidad el joven Yutay tardó unos segundos en reaccionar. Era el momento de redimir a su gente. Tomó aquella hermosa daga sagrada y en el instante de efectuar el golpe de gracia, el plomo penetró su carne…Uno de los  soldado le disparó por la espalda. La misión había terminado.
Dos meses después los soldados regresaron a la Capital. Ellos fueron recibidos con honores, y las tierras fueron repartidas de acuerdo a lo previsto. El Coronel ganó en prestigio y la alta sociedad porteña aplaudía su heroísmo. A sala llena, todo el mundo esperaba con ansias el discurso del hombre laureado. Sin embargo, hacía rato que este no salía del baño. Luego de una tediosa espera, finalmente los anfitriones decidieron tirar abajo la puerta…Ahí lo encontraron, sin vida. Su cadáver estaba intacto. Todos pensaron que había sido una muerte natural pero se sorprendieron al notar dos pequeños puntos violáceos en su cuello. Aparentemente un animal lo había mordido, y fue ahí mismo, cuando apareció la hermosa serpiente azulada protectora del pueblo Yutay. La redención también había viajado a Capital.


Fin.    

Autor: Matías Rumilla
28/03/19   


sábado, 23 de febrero de 2019

Microrrelatos chayeros



Inocencia
Tenían un montón de estampitas y unos pocos pesos. Agobiados de tanto andar se sentaron bajo un árbol- ¿por qué no podemos jugar como los demás changuitos?-Preguntó Javito. Miguel fingió no oírlo, pero Javito insistió. Acorralado y sin respuesta, pensó, y casi sin querer, dijo: Porque…somos eternos chayeros- ¿Y cómo es eso? -No ves que todos en febrero andan así como nosotros, despeinados y mugrosos- Y, entonces ¿por qué vendemos estampitas?- Así pagamos el carnaval, y de paso, también sacamos pa’ comer- Javito hizo silencio, Miguel también. La inocencia estaba intacta, ahora ya podían seguir.


Hermenegildo
Mi abuelo solía decir que los febreros riojanos a veces son misteriosos. Siempre me contaba de Don Hermenegildo, un octogenario del barrio Santa Justina que nunca salía de su casa y con quien solo algunos pocos habían tenido contacto. Durante el año, Hermenegildo se mantenía hermético en su posada, solo y ausente. Sin embargo, para el tiempo de la Chaya, el viejo escapaba de su voluntaria soledad para empaparse de una añeja juventud, y se ponía a jugar con harina y albahaca, igual que un niño feliz. Terminado el carnaval, él regresaba a su encierro, añorando el próximo febrero.



Autor: Matías Rumilla.

23/02/2019.

miércoles, 5 de diciembre de 2018

Crónica de un indeciso

Advertencias: querido lector, este cuento (como usted) tiene sus particularidades. Por eso requiere de ciertas sugerencias. 1- el desenlace está al comienzo. Porque, tanto usted como yo, amamos más la trama que el desenlace. Además es una forma práctica de evitar spoilers. 2- Notará que el tiempo del cuento es ciertamente cíclico, al punto que si lo relee varias veces pensará que es eterno, entonces ¿tiene sentido hablar de inicio, desarrollo y cierre? 3-Hay algunos comentario del autor, que sirven para hacerlo cómplice y así evitar la soledad literaria. Sin más que decir puede leerlo en paz.
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“Sólo existió un ser que entendía mi pintura. Mientras tanto, estos cuadros deben de confirmarlos cada vez más en su estúpido punto de vista. Y los muros de este infierno serán, así, cada día más herméticos”.

Al cerrar el libro pensó en su vida. Ir y venir, correr de aquí para allá, al fin y al cabo… ¿hacia dónde? -Dijo en voz alta y falleció sentado en aquel viejo sillón.

Nunca pensó que un libro lo pudiera conmover. Llegó a él de casualidad, cuando una tarde de octubre decidió quemar los diarios viejos del depósito. Mientras apilaba la basura algo se le escurrió del montón y cayó, era un libro viejo, que parecía querer escaparse del fuego inquisidor. Dudó si volverlo apilar o apartarlo. Finalmente lo dejó en el suelo y se fue…Hizo tres veces el mismo camino, cargaba los diarios y avivaba el fuego. Al terminar, cerró el depósito y se fue a duchar.
 –Espero que no se molesten los vecinos- pensó en voz alta. A veces hablaba consigo mismo para engañar la soledad. La casa nunca había sido bulliciosa, su madre era una persona tranquila, de pocas palabras. Ambos vivían muy cómodos, sin molestarse demasiado. Ella había muerto hace un tiempo y desde entonces los silencios habitaban aquel lugar.
Cenó un huevo frito, apagó la radio y se fue a dormir. Puso el despertador a las mismas 6:30 de todos los días, acomodó la almohada y se acostó. La habitación quedó a oscuras. Una negrura recóndita confundía a su razón, la oscuridad hacía que fuera indistinto tener sus párpados abiertos o cerrados. La vigilia se agudizaba y poco a poco se transformaba en insomnio. Empezó a pensar en lo que había hecho durante el día. Sus recuerdos empezaron a ser más profundos y fijaba sus pensamientos en detalles insignificantes: luces, colores, estampitas, alguna frase que escuchó de la radio, nombres rimbombantes… Entre tantas cosas recordó aquel librito. Ni siquiera lo había levantado. Seguro estaba ahí donde lo había dejado, en el suelo. Le intrigaba saber de qué trataba, quién era su autor…pensó en mil posibilidades, quizás era un libro de ciencias naturales. Eso le trajo a la memoria sus años en el Colegio Nacional, aquellas clases tediosas de química y biología, el sistema nervioso, el digestivo, etc. –Tantos sistemas, macros y micros-pensó- somos engranajes- se dijo, y se imaginó en un camino desolado, rodeado de ruedas gigantescas movidas por el viento. Al frente había un zorro. Las ruedas no paraban y avanzaban lentamente, el zorro lo miraba mientras caminaba– ve a la soledad, haz de ella tu mundo- Irrumpió una voz en aquella visión. Todo se eclipsó. Un claro de luna se colaba desde su ventana- ¿Estoy soñando?- se preguntó. La experiencia lo había despabilado. Estaba algo inquieto, como reflexivo.
Nuevamente aquel libro rondaba por su mente. Pensó que podría ser la única  novela de un autor ermitaño, que dedicó su vida a ella. Esto lo angustió, se sentía un desagradecido por el desinterés y el maltrato de su parte a aquella obra. Presionado por su arrepentimiento, se dispuso a rescatar ese autor del olvido…Al momento de levantarse otro pensamiento fugaz le cayó como un rayo, y ¿sí el libro estaba endemoniado?-pensó- Se detuvo de inmediato. Paralizado, empezó a analizar la situación. El libro había estado oculto y esto no era casual. Seguramente su madre debía haber tenido sus razones para ello. Además, el libro estaba ejerciendo en él una extraña atracción, lo cual lo llevó a suponer que esto podría ser efecto de una fuerza maligna- La misma que me provocó esa visión espeluznante del zorro y las ruedas- conjeturó.
Meditó un rato más, no sabía cuánto había pasado desde que empezó a obsesionarse con el libro. Pensó en ver la hora, pero un instante después se durmió. Se levantó temprano, minutos antes de que sonara el despertador. Los perros de la cuadra aullaban y escuchó al diariero acercarse a la puerta. Aún soñoliento y en calzoncillos fue a levantar el Matutino. El titular decía “extraordinario túnel secreto devela un red de corrupción”. De esa oración “impactante” solo registró la palabra “túnel”, lo demás le era indiferente. Qué sentido podía tener para él la corrupción o una red, poco y nada. – Túnel, que palabra curiosa- se dijo, luego se cambió y se hizo un té.
Mientras desayunaba le llovían los recuerdos del desvelo. El zorro, el libro, un escalofrío, el miedo, su madre, los sistemas, el colegio, el túnel de la mañana y los perros completaban el rompecabezas de su vida monótona y fatigosa. Sin embargo, a pesar de que sus pensamientos se entremezclaba y divagaba entre la anarquía absoluta, los sistemas y la fantasía de creerse un engranaje más en la  máquina del sin sentido universal, todo terminaba en el mismo puerto: aquel libro que salvó del fuego. Todos los caminos conducían a aquel suvenir de árboles devenidos en páginas cargadas de palabras- ¿por qué no me animo a ir a buscarlo y ver de qué se trata?- se preguntó (Seguro usted lector también se pregunta lo mismo, no lo culpo es sentido común). Luego de un instante de duda existencial, se levantó dispuesto a terminar con aquel asunto. Decidido, se paró con aires de hidalguía, infló el pecho y salió de la cocina. Empezó a sentir que la adrenalina aumentaba cada vez que se acercaba al depósito. Hacía tiempo que no notaba el rubor de sus mejillas y el calor en sus orejas, por un instante pensó qué había desperdiciado sus últimos años de vida o tal vez su vida misma era más aburrida de lo creía (¿acaso es posible que un libro lleno de polvo pudiera provocar semejante duda y nerviosismo en un hombre? ¿Qué tan miserable y poco emocionante habían sido sus años?). Lo cierto era que cada segundo y cada centímetro hacia el libro, era una victoria para él. Una batalla ganada. Se sentía rebelde, valiente, como un héroe mítico. Al llegar, cerró sus ojos…No quería ver directamente al libro. Solo cien milésimas  previas le bastaron para plantearse sí aquél tapa dura no era una trampa para quedar ciego de por vida, como sí el libro fuera una extensión material de algún demonio o Gorgona. Por las dudas, frunció el seño. Luego de unos segundos, lo abrió y al asegurarse de que aún conservaba la vista, lo observó detenidamente.
Enorme fue su desconcierto al ver que justo al lado del libro se hallaba una gran mariposa negra. ¡Una bruja!- grito- y de un salto, salió corriendo despavorido (¿Y usted qué piensa lector? ¿Continuará dándole una oportunidad más a este pobre tipo? Que, además de ser indeciso es tremendamente supersticioso). Agitado por semejante sobresalto fue al baño a lavarse la cara. Se vio al espejo y vio un rostro triste y temeroso. Sintió pena al verse tan desprotegido, pero su consciencia le daba la razón, él había actuado correctamente. Ya más calmo, fue nuevamente a la cocina. Estuvo sentado ahí cerca de una hora, meditando si volver o quedarse en la tranquilidad del comedor. Los minutos trascurrían, el reloj dio las 11. Quería despejarse, darle aire a sus pensamientos. Salió, fue a la placita del barrio, vio a dos señoras tomando mate. Una de ellas tenía a sus pies un libro, o quizás era un termo. Dudó, y volvió a ver…Era un termo. Luego pasaron dos chicos en bicicleta. Ambos sonreían, notó que en el carrito de una de las bicis había un libro o quizás era una bolsa de papas. Dudó, volvió a ver, y sí…eran papas. Perseguido por aquellas  visiones, empezó a caminar sin rumbo. Ya lejos de su barrio pensó que todo había terminado, se sentía a salvo. Quemaba el sol, ya eran las 12. Acalorado buscó una sombra, pero para su delirio, se dio cuenta de que estaba justó en la vereda de la biblioteca del pueblo. Empalideció, parecía haber visto al mismísimo demonio, y casi sin pensar, corrió hasta su casa. Los libros lo perseguían. Entró, y cerró puertas y ventanas. Era inútil…todo conducía a aquel libro, y allí estaba él, tan cerca de aquella obsesión.
Dejó de vacilar, se armó de valor y fue al depósito. Al llegar, vio que la supuesta bruja ya no estaba, suspiró aliviado.  Fue acercándose lentamente, cada centímetro era un desafío, jamás había sentido tanta adrenalina. Ya casi podía acariciarlo, y de repente…Se cortó la luz, quedó a oscuras.  El miedo lo puso a rezar, no sabía bien porqué lo hacía. Al llegar al Ave María, se hizo la luz. Y sin respirar, tomó el libro y salió velozmente como escapándose.

El libro se titulaba el “túnel”, cuyo autor era Ernesto Sábato. Envalentonado, inicio su lectura. Al pasar las primeras tres páginas olvidó todas sus vacilaciones, y su obsesión se enfocó en aquella historia de pasión y muerte. Vivió intensamente cada palabra, tanto fue así que el final de este cuento ya se los conté al comienzo.




Fin


Autor: Matías Rumilla.


lunes, 17 de septiembre de 2018

Un nuevo comienzo


      -¡Por fin se despertó!, despabílese rápido que necesitamos preguntarle algunas cuestiones. Dígame qué fue lo que sucedió antes del accidente- se impacientó el oficial.
-No sea tan duro con él, hombre. Recién está recobrando el conocimiento. Es probable que no entienda lo que le está diciendo-dijo el doctor.
Consternado, él veía aquellos rostros ajenos y extraños sin entender qué estaba ocurriendo.
- Aún sigue en estado de shock, no es conveniente interrogarlo ahora- el doctor miró fijamente al oficial y le ordenó: - Es mejor que se retire, y nos deje hacer nuestro trabajo. Cuando lo creamos conveniente lo llamaremos, váyase ahora- el oficial cumplió y se fue.
 Aún se encontraba sedado, miraba sin ver. Las luces de la sala lo encandilaban. No podía saber si era de día o de noche, la habitación era blanquísima y hermética. Estaba semidesnudo, apenas lo cubría la bata de hospital. Fatigoso, levantó su brazo izquierdo. Tenía un suero y sus tobillos estaban amarrados a los pies de la cama. Medio sordo, medio dopado había podido escuchar la palabra “accidente”. Intentó recordar, pero era en vano. Le dolía mucho la cabeza.
Pasó un rato, el doctor se marchó, dejándolo solo en la habitación. Desconcertado, miraba el techo. Se preguntaba una y otra vez, ¿por qué estaba ahí? ¿Qué había sucedido? De pronto su soledad se interrumpió, la puerta se abrió y entró una bella muchacha joven de piel morena, vestida de blanco. Al parecer ella era la enfermera del lugar. Traía consigo una fuente con comida y con algunos frasquitos extraños.
 - Buen día señor, tengo que colocarle un inyectable- Le dijo la joven morena, y sin titubear demasiado le ordenó- Sería tan amable de darme su brazo izquierdo. Aquí le dejo su comida- le decía, mientras llenaba la jeringa.
- Espere un segundo, ¿Me podría decir qué hago aquí?- Le preguntó con mucha dificultad, pues le costaba articular las palabras. Tenía la lengua adormecida. -Escuché algo de un accidente, pero no recuerdo nada…Mi familia, ¿sabe dónde estoy?- Quedó agitado, su voz tenía un tono soñoliento y áspero.
- Mire señor, no estoy autorizada a darle esa información, podría facilitarme el trabajo y darme su brazo- Luego de un breve silencio, colaboró mecánicamente. Se sentía agobiado, no podía pensar demasiado ni ofrecer resistencia…Sintió un ligero dolor  producto del pinchazo.
 -Muy bien, más tarde vendrá el doctor a visitarlo. Hasta luego- La enfermera se marchó. Estaba fastidioso, la luz le molestaba mucho. La blancura del lugar le provocaba un lagrimeo incesante.
Las horas pasaban, o al menos eso pensaba, lo deducía por las comidas que le servían. Desde que estaba consciente la misma rutina se repetía incansablemente. El mismo pinchazo, luego el doctor lo visitaba, lo revisaba: latidos, reflejos, respiración, articulaciones. Anotaba algunas cosas y se iba. Se sentía prisionero, quería escapar.  No aguantaba un segundo más en ese lugar, algo tenía que hacer. Fue entonces que empezó a pensar un plan de salida. Memorizó cada movimiento, meditó la situación, pero aún se sentía débil y le costaba mucho concentrarse.
Con el paso de los días fue ganando más fuerza física y agilidad mental. Estudiaba e intentaba recordar mentalmente su táctica de escapatoria. Ese plan que había ideado en sus momentos de lucidez. Luego de mucho pensarlo se sentía listo y decidido. Quería interceptar al doctor y lograr sacarle información que fuera valiosa para su salida. Sabía cómo de costumbre que pronto llegaría el médico. Rápidamente y sin dudarlo ni un segundo tiró con fuerza las ataduras de sus tobillos. Al tercer tirón pudo zafarse. Temía que alguien pudiera escucharlo y echar todo a perder. Al liberarse se detuvo, y con suma cautela se ocultó detrás de la puerta esperando la llegada del médico. Apenas entró el doctor  lo tomó por el cuello y en un solo movimiento cerró la puerta.
-Escúcheme, dígame ¿Dónde estoy y qué hago acá? Si no me dice, le rompo el cuello ¡Conteste mierda!- Le dijo encolerizado.
 – Oiga, tranquilo. Le voy a responder todas sus preguntas. Solo si usted me dice ¿Qué fue lo último que recuerda antes de estar aquí?- dijo el doctor.
 -No lo sé, tengo vagos recuerdos de la universidad. Íbamos a viajar hacia al interior de la provincia de La Rioja, creo. Estaban algunos compañeros. Todo lo demás es difuso.
- ¿Recuerda hacia dónde iban?  El motivo del viaje- replicó el médico.
 - No demasiado, aparentemente era un viaje de investigación. Yo tenía que terminar unas diligencias y  buscar unos papeles. A partir de ahí no recuerdo más.  
-Mire amigo, ¿Me creería si le digo que usted es el único sobreviviente de una catástrofe sucedida en La Rioja, Argentina? El rostro del paciente se empalideció de repente. Sí, así como oye. ¿Y me creería si le digo que el desastre nuclear sucedió hace tres años? Usted, hoy se encuentra en un centro de rehabilitación situado en la ciudad de Zúrich. Aquí permanecen los pocos sobrevivientes del mundo que se dio en el año 2034. En su país, en especial en su provincia las consecuencias de la radiación fueron letales. Al punto que desató oleadas ultravioletas nocivas, junto con lluvias acidas que exterminaron casi por completo la vida del lugar. Usted es el único ser humano sobreviviente.
- No es posible, ¿Cómo pasó? ¿Porqué me salve?- Sus mirada desencajada mostraban su rostro atónito.
- Sinceramente su caso sigue siendo un misterio. Lo cierto es que lo encontramos inconsciente en el baño del centro de investigación de la universidad. Es muy probable que usted haya desarrollado anticuerpos a la radioactividad. El fenómeno ocurrió en cuestión de horas. Nadie estaba preparado para semejante desastre. La inclemencia climática repentina le provocó el desmayo, luego nosotros lo rescatamos. No sabría decirle más, porque eso fue lo que pasó. Aún estamos investigando lo sucedido- El doctor hizo un pausa y continúo- Nosotros aquí le inyectamos diariamente hormonas que lo rejuvenecen y le brindan las proteínas necesarias para su bienestar. Si no fuera por eso estaría muerto. Ahora si me permite lo tengo que revisar- Lo soltó al doctor. Luego del chequeo el médico se fue. Él se quedó pensando, abrumado de semejante noticia. Al cabo de unas horas le hicieron efectos los sedantes y se durmió plácidamente.
-¿Otra vez lo amenazó Doc?- Le preguntó la enfermera.
 –Sí, todas las semanas  lo mismo, ¿Colocó doble dosis de sedantes?- dijo el médico
- Sí, ¿Sabe hasta cuándo estará en el psiquiátrico?
 - No lo sé, pero si seguimos con este verso acabaremos nosotros por volvernos locos. Por favor átelo y dígale a Beto que no se olvide de disfraz de policía. Mañana comenzamos de nuevo.
















(Fotografía tomada en la ciudad de Milagro- La Rioja)

Fin.


Autor: Matías Rumilla.
17/09/2018.

viernes, 17 de agosto de 2018

Lepanto


Probablemente éstas sean las últimas líneas que pueda escribir. Me buscan por traicionar al imperio, por desleal. Pero ¿Qué podía hacer yo? ¿Renunciar a mis convicciones? ¿Traicionar mi moral? Me siento devastado...Vienen con dagas y espadas asesinas, lo sé, pero no pienso ocultarme ni huir. Los imagino extasiados, sedientos de venganza como fieras salvajes. Ya siento su odio, sus ojos punzantes que laceran aún más que sus propios cuchillos. Tiemblo de solo pensarlo. Mi espalda se retuerce, cargo con el peso de su rencor…
No sé cuánto tardarán. Por lo pronto quiero terminar esta triste carta. Me aflige pensar que probablemente nadie la lea, quizás ni siquiera se den cuenta de que está aquí en el escritorio, tan evidente. Quieren mi cuerpo, mis viseras…Quieren verme arder, sangrar, sufrir, pero eso no es lo que más me atormenta. Solo me preocupa esta carta ¿qué será de ella? ¿La leerán? ¿O morirá virgen y olvidada en la podredumbre de éstos anaqueles desteñidos? Me buscan a mí pero no a mi esencia. Quizás algún anticuario pueda rescatarla del olvido, o no…Lo cierto es que estoy solo. Esperándolos.
 //.
Octubre en las costas del Corinto. Esperábamos órdenes para zarpar. Por ese entonces yo estaba bajo la tutela de Jenízaro Abdul Al-Hassin. Mis tareas eran simples, como la de cualquier otro escriba. Era mi tercera campaña, tenía cierto prestigio y distinción, gracias a mi buena conducta en las campañas anteriores. Yo era el encargado de escribir los mensajes para la capital.
Poco a poco las cosas se fueron complicando. Se corría el rumor de que nuestros barcos estaban en desventaja con respecto a la flota española, y se hablaba mucho del poderío de sus milicias. Yo no tenía miedo, confiaba en que Alá estaba de nuestro lado, sin embargo Abdul se mostraba cada vez más nervioso.
Un día me encontró cerca de la costa, me preguntó que hacía alejado y le conté que en mis tiempos libres me gustaba escribir poesía. Abdul, curioso, tomó mi escrito. No está terminado- me excusé- Cuando lo termines léemelo, me dijo y se fue. Al día siguiente le recité este poema:

Alzarás la mirada al sol del occidente,
que las nubes tímidas se esconden en el este,
trashumantes los sueños de aquellos solares,
poblados de gloria, sudor y sangre.
Brilla mi espada, mi noble consuelo,
y es mi armadura mi fe y mi sustento.
Migajas de gloria encubren mi calma,
oleadas de arena procura mi alma,
calla escondido el sol plañidero,
que no olvida al hombre de sueños sinceros.
Y así la mañana encubre victoria,
y así las noches germinan derrotas,
es por ello que el corazón,
se llena de honores al día de hoy,
encegueciendo los ojos de aquellos vencidos,
pobres almas desahuciadas, sin valor, ni compromiso.
Su destino está marcado por muerte y el olvido.
Salve Alá al sultanato, larga vida a los jenízaros.

Al pronunciar el último verso vi que Abdul estaba emocionado e intentaba ocultar sus lágrimas, quizás no quería mostrarse débil. A mí eso no me importaba demasiado. Le pregunté si se encontraba bien, y no me respondió. Al cabo de unos minutos, aún no sé por qué, me echó de su tienda con un tono amenazante. Al día siguiente, al despertar lo vi de pie al lado de mi catre -Alístate, aquí tienes una espada y un escudo, pronto estarás en batalla-Desconcertado quise responderle, pero ya se había ido. Pavoroso, no sabía qué hacer. No tenía adiestramiento, no estaba entrenado, ni siquiera sabía cómo manejar una espada. Abdul me estaba condenando a muerte, pero ¿por qué? ¿Acaso fue mi poema? Ya era muy tarde para lamentos….Desesperanzado, veía cómo se desvanecían mis sueños de poeta, mis anhelos de una vida tranquila en el campo, mis amoríos, mis afectos, todo.
 //.
 Tomé la espada y corrí a verlo a Abdul, no lo encontraba. Un jenízaro me vio, me paró y me ordenó para que me alistara, ya que pronto iba a zarpar nuestro barco. Al acercarnos podía sentir el caos que nos aguardaba. Me temblaban las piernas. Sentía una soledad y una angustia muy profunda ¿Ese era el lugar para un miserable poeta que por un capricho estúpido fue arrastrado hacia una vil barbarie? No renunciaba a la idea de encontrar a Abdul para pedirle que me saque de esta carnicería humana. Debo confesar que también temía de mis propios compatriotas. Intentaba disimular mi cobardía, pero mi pálido rostro me delataba. Fue en ese momento cuando una voz me dijo- Si quieres esconderte ve a la popa. Allí al costado izquierdo hay un pequeño deposito- Al voltear vi que esas palabras venían de un esclavo, un viejo remero de rostro arrugado y de mirada cansada- Que no te vean- auguró, y me fui con la esperanza de poder resguardarme.
Tiré mi espada y tomé mi escudo para disimular. En el camino escuché que en poco tiempo estaríamos batallando, entonces apuré el paso. Al parecer no había nadie, pero cuando me dispuse a entrar, Abdul apareció. Me preguntó qué hacía, y sin dejarme responder me llevó a proa.
Arribamos y de inmediato nos formamos para el combate, yo estaba en la tercera fila, con escudo y sin espada. Me invadían las ganas de huir, pero no podía, me iban a matar si lo hacía. Ya estábamos listos para el  enfrentamiento. Recuerdo que venecianos y españoles nos atacaron por el flanco derecho, tomándonos por sorpresa. Allí empecé a ver en primera persona los horrores de la guerra. Nuestros arcabuces llegaron a socorrernos. Se me ocurrió que lo más seguro era cubrirme detrás de ellos. Pero no era tan fácil, un grupo de hispanos me bloqueaba el paso. En ese momento nuestra fuerzas  contraatacaron. Intenté escabullirme por allí, pero (para mí desgracia) los arcabuces abrieron fuego cerca de mí posición. Fue en ese instante que vi que un arcabuz iba a tirar en dirección a un español valeroso. Instintivamente y sin dudarlo, lo empujé. Sin embargo, no pude evitar que fuera herido, al parecer su mano izquierda se encontraba muy dañada. Me dijo algo, pero no entendí sus palabras. Sus ojos de un azul penetrante se mostraban agradecidos. Pavoroso, corrí y me escondí detrás de nuestros cañones. Allí estuve, hasta que los ataques cesaron. Poco a poco nuestro ejército vencido iba retrocediendo, tratando de mitigar las bajas.
Habíamos sido derrotados. Abdul, que me había visto “solidarizarme” con un enemigo, me amenazó de muerte. En ese instante supe que apenas pisáramos Estambul mi destino estaba marcado: sería ejecutado por traidor.
 //.
Hace poco me llegó el rumor que el soldado que salvé también es poeta. Es conocido por Hispania, se llama Miguel de Cervantes. Esto me trajo paz y felicidad, porque moriré con la tranquilidad de saber que un poeta pudo salvar, sin saberlo e instintivamente, a otra poesía. Gracias le doy a Alá por está feliz coincidencia y le pido que mi suerte sea prospera en el más allá.




Fin.

Autor: Matías Rumilla. 

domingo, 15 de julio de 2018

Kiset.


En mis noches de insomnio, los recuerdos me llevan hacia mi pueblo. Un lugar pequeño cargado de historia. Me invade la nostalgia de solo pensarlo, y me es imposible no acordarme del viejo Isaías, porque crecí con sus cuentos y admirando su memoria…La primera historia que escuché de él fue la del gran Kiset, de quien Isaías decía ser  medio pariente. Todo comenzó en la ciudad de Babilonia…Cuando Kiset nació, la luna tomó un color violeta. Los lugareños fascinados por el fenómeno pensaron que el recién nacido, hijo del mercader Rutmanpa, estaba endemoniado. Kiset tenía seis dedos en su mano izquierda y un ojo color violeta al igual que aquella extraña luna. La madre, al verlo, supo que su hijo sería sacrificado por los sacerdotes babilónicos, ya que el rumor del nacimiento de un demonio se había difundido rápidamente. Desesperada y aún dolorida, le pidió a una de sus comadronas que se lo llevara y lo escondiera. Rutmanpa, admirado en la ciudad por  su rectitud, estaba dispuesto a cumplir con la ejecución de su hijo, pero cuando llegó a su hogar dispuesto a matarlo, no lo encontró. Lo buscó por todos lados, pero no hubo caso.

Una esclava había llevado al pequeño envuelto entre sábanas hacia el mercado central de la ciudad una hora antes. Allí lo vendió por seis monedas de oro a una pareja de ancianos. Rutmanpa lo buscó por una semana y al octavo día aceptó la idea de que el niño había sido devorado por los chacales del desierto. Los ancianos cuidaron de Kiset, y lo educaron con gran dedicación. A la edad de dieciséis años Kiset fue rebautizado con el nombre de Golat cuyo significado era “el piadoso”. Un año después de su bautismo sus padres murieron envenenados por la mordida de una serpiente cascabel. El joven Golat se había quedado huérfano. Entristecido, maldijo a los dioses por tan cruel castigo y decidió abandonar la ciudad en búsqueda de mejor suerte.  Acompañado por un asno viejo y unas pocas pertenencias, partió hacia el poblado de Uruk.  El largo camino  y el clima abrasador no eran muy alentadores. Agobiado de tanto andar, Golat pasó la noche en Isín. Él desde pequeño había escuchado que allí se encontraba el santuario del nombre de Dios. Los rumores ubicaban este lugar sacro en las afuera de la ciudad, sin embargo nadie sabía con precisión dónde se encontraba, ya que ninguna persona lo había visto. La leyenda contaba que aquel santuario oculto era totalmente imperceptible para los seres carnales debido a su forma espectral. El lugar contenía las inscripciones de las ciento veinticinco palabras que describían el punto cero entre lo conocido y el mundo celestial, otorgándole a su descubridor poderes divinos. Golat, esa noche soñó que encontraba el santuario, pero su felicidad fue momentánea. Al despertar, se dio cuenta de que su asno estaba muerto. Desesperanzado, deambuló por Isin. Cansado de tanto andar se sentó en una piedra, el día declinaba y entre sollozos vio un hermoso resplandor proveniente del desierto. Temía estar delirando por la deshidratación. Con las pocas  fuerzas que le quedaban fue hacia la luz, pero él mientras más se acercaba, más lejos la veía. Lleno de furia, cayó de rodillas y al hacerlo notó que estaba justo encima de un extraño pórtico de madera. La noche caía limpia y serena; Golat observó que el curioso sótano se encontraba en medio de la nada misma. Cabizbajo y sin nada que perder, él entró y al hacerlo se topó con una larga escalera. Al pasar, las puertas se cerraron de golpe oscureciendo por completo el misterioso lugar. Todo era silencio y tranquilidad…De repente una voz lo llamó- No tengas miedo Golat, podes bajar con confianza- Paralizado, respiró profundo y descendió lentamente. Al dar el primer paso se prendió una llama muy intensa, revelando la belleza del extraño sótano. Las paredes eran de oro puro con decoraciones de piedras preciosas. La escalera sobre la que estaba parado era de un bello marfil y conducía hacia un lujoso atril. Creyó estar soñando -Camina sin miedo, ve hacía el atril, no temas por favor- Golat así lo hizo. Al llegar, se encontró un viejo pergamino -Ábrelo, es para ti- Cuidadosamente él lo abrió, parecía recién escrito, su sellado aún estaba fresco. –Por favor léelo en voz alta- Golat, lo leyó con mucha cautela. Nervioso por toda la situación, no quería equivocarse. Al terminar, la voz le preguntó- ¿Sabes qué has leído?- El nombre de Dios, respondió. Al decirlo las luces se apagaron y en un instante despertó con un fuerte dolor de cabeza e intentó recordar lo sucedido, pero le era inútil, sólo tenía vagas imágenes mentales. Sin embargo él tenía la sensación de que algo raro había sucedido. Aún se encontraba en Isin. Al alzar la vista vio a su asno tomando agua. El viejo burro, que creía muerto, estaba vivo.  Buscó de inmediato sus pertenencias, para volver a emprender viaje. Antes de salir le preguntó a la posadera del lugar si ayer lo había visto andar por la ciudad. Ella le dijo que no. Confundido, partió rumbo a Uruk. Al salir, notó que llevaba un extraño pergamino entre sus alforjas. Tenía un sello que le era familiar. Al leerlo se dio cuenta de que el pergamino narraba la historia de su vida. Cada párrafo describía  su pasado y  su presente. El texto mencionaba a Rutmanpa, a su sufrida madre, a los viejos que lo adoptaron. Contaba el devenir de su vida desde el mercado de Babilonia hasta las peripecias de su viaje. No tenía  final. El pergamino no mencionaba su muerte y concluía con una firma que decía en nombre de Dios. Boquiabierto, miró al cielo buscando respuestas y al agachar la mirada vio un trozo de papiro que decía:
Tú cuidaras de mi hijo como yo cuidé de ti, lo adoptaras con amor y ternura. Ese es tu destino. Al cumplirlo, tu alma descansará. Mientras tanto vagarás siendo inmortal por esta tierra.
El tiempo pasó…Golat llegó a Uruk y vivió allí casi sesenta años. Su memoria aún era ágil y su cuerpo seguía joven. A pesar de ser un hábil negociante y de haber tenido una gran riqueza, su vida de excesos lo dejó pobre. Desahuciado, buscó aquel extraño papiro que determinaba un destino. Dispuesto a cumplir con su misión de vida, emprendió un viaje errante. Nómade, fue conociendo nuevos lugares. En cada uno él se presentaba con un nombre diferente. Así lo hizo durante casi trescientos siete años, manteniendo el aspecto de un hombre de treinta. Un día en Nazaret, mientras trabajaba, se enamoró de una preciosa muchacha llamada María. Nunca en toda su larga vida había sentido algo así. Un mercader los presentó en el templo donde todos lo conocían como José. Desde entonces él supo que había encontrado su destino y que sus días trashumantes habían terminado. El resto ya es historia conocida.



Fin. 



Matías Rumilla. 
15/07/18.