En mis noches de insomnio, los recuerdos me llevan hacia mi pueblo. Un lugar pequeño cargado de historia.
Me invade la nostalgia de solo pensarlo, y me es imposible no acordarme del
viejo Isaías, porque crecí con sus cuentos y admirando su memoria…La primera
historia que escuché de él fue la del gran Kiset, de quien Isaías decía ser medio pariente. Todo comenzó en la ciudad de
Babilonia…Cuando Kiset nació, la luna tomó un color violeta. Los lugareños fascinados
por el fenómeno pensaron que el recién nacido, hijo del mercader Rutmanpa,
estaba endemoniado. Kiset tenía seis dedos en su mano izquierda y un ojo color
violeta al igual que aquella extraña luna. La madre, al verlo, supo que su hijo
sería sacrificado por los sacerdotes babilónicos, ya que el rumor del
nacimiento de un demonio se había difundido rápidamente. Desesperada y aún
dolorida, le pidió a una de sus comadronas que se lo llevara y lo escondiera.
Rutmanpa, admirado en la ciudad por su
rectitud, estaba dispuesto a cumplir con la ejecución de su hijo, pero cuando llegó
a su hogar dispuesto a matarlo, no lo encontró. Lo buscó por todos lados, pero
no hubo caso.
Una esclava había llevado al
pequeño envuelto entre sábanas hacia el mercado central de la ciudad una hora
antes. Allí lo vendió por seis monedas de oro a una pareja de ancianos. Rutmanpa
lo buscó por una semana y al octavo día aceptó la idea de que el niño había
sido devorado por los chacales del desierto. Los ancianos cuidaron de Kiset, y lo
educaron con gran dedicación. A la edad de dieciséis años Kiset fue rebautizado
con el nombre de Golat cuyo
significado era “el piadoso”. Un año después de su bautismo sus padres murieron envenenados por la mordida de una serpiente cascabel. El joven Golat se había
quedado huérfano. Entristecido, maldijo a los dioses por tan cruel castigo y decidió
abandonar la ciudad en búsqueda de mejor suerte. Acompañado por un asno viejo y unas pocas
pertenencias, partió hacia el poblado de Uruk. El largo camino y el clima abrasador no eran muy alentadores.
Agobiado de tanto andar, Golat pasó la noche en Isín. Él desde pequeño había
escuchado que allí se encontraba el santuario del nombre de Dios. Los rumores ubicaban este lugar sacro en las afuera
de la ciudad, sin embargo nadie sabía con precisión dónde se encontraba, ya que
ninguna persona lo había visto. La leyenda contaba que aquel santuario oculto
era totalmente imperceptible para los seres carnales debido a su forma espectral.
El lugar contenía las inscripciones de las ciento veinticinco palabras que
describían el punto cero entre lo
conocido y el mundo celestial, otorgándole a su descubridor poderes divinos. Golat,
esa noche soñó que encontraba el santuario, pero su felicidad fue momentánea. Al
despertar, se dio cuenta de que su asno estaba muerto. Desesperanzado, deambuló
por Isin. Cansado de tanto andar se sentó en una piedra, el día declinaba y
entre sollozos vio un hermoso resplandor proveniente del desierto. Temía estar
delirando por la deshidratación. Con las pocas fuerzas que le quedaban fue hacia la luz, pero
él mientras más se acercaba, más lejos la veía. Lleno de furia, cayó de rodillas
y al hacerlo notó que estaba justo encima de un extraño pórtico de madera. La
noche caía limpia y serena; Golat observó que el curioso sótano se encontraba
en medio de la nada misma. Cabizbajo y sin nada que perder, él entró y al
hacerlo se topó con una larga escalera. Al pasar, las puertas se cerraron de
golpe oscureciendo por completo el misterioso lugar. Todo era silencio y
tranquilidad…De repente una voz lo llamó- No tengas miedo Golat, podes bajar
con confianza- Paralizado, respiró profundo y descendió lentamente. Al dar el
primer paso se prendió una llama muy intensa, revelando la belleza del extraño
sótano. Las paredes eran de oro puro con decoraciones de piedras preciosas. La
escalera sobre la que estaba parado era de un bello marfil y conducía hacia un lujoso
atril. Creyó estar soñando -Camina sin miedo, ve hacía el atril, no temas por
favor- Golat así lo hizo. Al llegar, se encontró un viejo pergamino -Ábrelo, es
para ti- Cuidadosamente él lo abrió, parecía recién escrito, su sellado aún
estaba fresco. –Por favor léelo en voz alta- Golat, lo leyó con mucha cautela.
Nervioso por toda la situación, no quería equivocarse. Al terminar, la voz le
preguntó- ¿Sabes qué has leído?- El nombre de Dios, respondió. Al decirlo las luces se apagaron y en un instante despertó
con un fuerte dolor de cabeza e intentó recordar lo sucedido, pero le era
inútil, sólo tenía vagas imágenes mentales. Sin embargo él tenía la sensación
de que algo raro había sucedido. Aún se encontraba en Isin. Al alzar la vista
vio a su asno tomando agua. El viejo burro, que creía muerto, estaba vivo. Buscó de inmediato sus pertenencias, para
volver a emprender viaje. Antes de salir le preguntó a la posadera del lugar si
ayer lo había visto andar por la ciudad. Ella le dijo que no. Confundido,
partió rumbo a Uruk. Al salir, notó que llevaba un extraño pergamino entre sus
alforjas. Tenía un sello que le era familiar. Al leerlo se dio cuenta de que el
pergamino narraba la historia de su vida. Cada párrafo describía su pasado y su presente. El texto mencionaba a Rutmanpa, a
su sufrida madre, a los viejos que lo adoptaron. Contaba el devenir de su vida
desde el mercado de Babilonia hasta las peripecias de su viaje. No tenía final. El pergamino no mencionaba su muerte y
concluía con una firma que decía en nombre
de Dios. Boquiabierto, miró al cielo buscando respuestas y al agachar la
mirada vio un trozo de papiro que decía:
Tú
cuidaras de mi hijo como yo cuidé de ti, lo adoptaras con amor y ternura. Ese
es tu destino. Al cumplirlo, tu alma descansará. Mientras tanto vagarás siendo
inmortal por esta tierra.
El tiempo pasó…Golat llegó a
Uruk y vivió allí casi sesenta años. Su memoria aún era ágil y su cuerpo seguía
joven. A pesar de ser un hábil negociante y de haber tenido una gran riqueza,
su vida de excesos lo dejó pobre. Desahuciado, buscó aquel extraño papiro que
determinaba un destino. Dispuesto a cumplir con su misión de vida, emprendió un
viaje errante. Nómade, fue conociendo nuevos lugares. En cada uno él se
presentaba con un nombre diferente. Así lo hizo durante casi trescientos siete
años, manteniendo el aspecto de un hombre de treinta. Un día en Nazaret,
mientras trabajaba, se enamoró de una preciosa muchacha llamada María. Nunca en
toda su larga vida había sentido algo así. Un mercader los presentó en el
templo donde todos lo conocían como José. Desde entonces él supo que había
encontrado su destino y que sus días trashumantes habían terminado. El resto ya
es historia conocida.
NO ME EXPLICO PORQUÉ PASÓ DESAPERCIBIDO. EL MÍO SUFRIÓ LA MISMA SUERTE. PODEMOS LLORAR O REÍR JUNTOS PUES SÓLO HUBO UN GANADOR Y SEGUNDOS Y TERCEROS DESIERTOS.ABRAZO. LLORAMOS O REÍMOS ?
ResponderBorrar