El canto del gallo lo despertó súbitamente. Todavía soñoliento,
fue hacia el baño, se lavó la cara y los dientes. Se sentía cansado. No había
tenido una buena noche. Los mosquitos y los perros no lo dejaron dormir. El sol
se aproximaba tímidamente en el horizonte, sus rayos pintaban de color al campo.
A lo lejos se escuchaban el cantar de las aves silvestres. Mientras tanto él
acomodaba su cama, odiaba hacerlo, y a pesar de no tener reproches ajenos, él
se obligaba a tenderla. Cuando terminó el reloj marcaba las 6 a.m. Estiró un
poco los músculos, y puso la pava a calentar. Deseaba unos buenos mates con
tortilla. Su cena había sido insípida. Tenía la esperanza de que pase la mala
cosecha. Pasaron unos minutos, el silbido de la pava rompió el silencio. Luego
de desayunar, salió al campo, su perro lo recibió moviendo la cola y juntos
fueron hacia la huerta. La situación era desalentadora, la lluvia le era
esquiva y sus plantas lo sufrían. Suspiró pesadamente e insulto al aire. Y sin
más, emprendió camino a la represa en busca agua.
La represa “el Bañado” se encontraba a unos tres
kilómetros de su rancho, todos los días tomaba el mismo sendero. Le gustaba ir
por allí, porque le recordaba a su madre. De niño, él la acompañaba y
aprovechaba ese momento a solas con ella para oírla cantar. Ella tenía una voz
dulce como la miel que entonaba viejas melodías que había aprendido de niña. Él, sin embargo no nació con ese talento musical. Se contentaba con
escucharla y disfrutar del paisaje. Ahora lo único que le quedaba de ese
recuerdo de la infancia era ese sendero atemporal de camino al Bañado. Ya no
existían ni ese niño ni esa mujer cantora que él tanto amaba. Cuando se
empezaba a sentir triste por esos recuerdos furtivos, miraba a su perro. Este
le devolvía una mirada alegre que le levantaba el espíritu y lo alentaba a
seguir andando.
A trescientos metros del Bañado, escuchó un sonido muy
peculiar, pero no se inmutó demasiado. Su compañero canino, al igual que su
amo, siguió a paso firme. Luego lo volvió a oír. Se detuvo, le llamaba la
atención ese cantó tan particular, nunca había oído algo similar. Hace más de
cincuenta años que hacia el mismo camino, todos los días, y era la primera vez
que escuchaba algo así. De repente divisó un pequeño pajarillo azul. Pensó que
era un colibrí, pero no podía serlo, porque no tenía ese aleteo frenético
característico. Su pico, muy alargado para su tamaño, estaba teñido de un color
carmín platinado. Era hermoso. Su cantó lo deleitaba, esa diminuta ave era la
responsable de tan bello sonido. Por un instante se olvidó del agua y de su
compañero canino, y buscó acercarse al pajarito azul que se encontraba en la
copa de un viejo algarrobo. Temía que sus movimientos lo asustaran. Sigiloso,
medía cada paso. Estaba sudando y se sentía algo nervioso. Por su parte el pajarito
continuaba en el árbol despreocupado. Logró llegar al tronco del viejo
algarrobo y pudo contemplarlo mejor. Pero su deleite duro apenas unos segundos.
El pequeño plumífero alzó vuelo. Frustrado y rezongando, tomó sus baldes y
emprendió hacia la represa. Se preguntaba porque nunca había visto un pájaro
similar, teniendo en cuenta que conocía el campo mejor que nadie. Lo más
curioso era aquella extraña atracción que sintió. No era alguien devoto de las aves, él prefería los perros y
los caballos, sin embargo no se podía sacar ese pajarito azulado de la mente. Al llegar
al Bañado, observó algo extraño. A lo lejos divisó una silueta de un árbol
deshojado, ubicado justo en el medio del agua. Confundido, se frotó los ojos.
Pensó que estaba alucinando, ¿cómo era posible? ¿Tan bajo era el nivel de la
represa? No podía ser, el Bañado estaba lleno. Agarró una piedra y la lanzó
contra el raquítico árbol pero no pudo atinarle. Si este era real tendría que oír el ruido del
impacto. Probó de nuevo sin éxito. Sin duda ese árbol era real, proyectaba
sombra. Ya no quería perder más tiempo, y se concentró en su tarea, cuando
estaba a punto de empezar a llenar los baldes, el pequeño pájaro azul se posó adelante.
Lo contempló con admiración. El diminuto animal permanecía inmóvil, y sintió un
irresistible deseo de agarrarlo y tenerlo en su poder. Agazapado, se abalanzó,
pero falló. El pajarito desplego sus alas, y voló hacia el extraño árbol,
posándose en la copa, cantando plácidamente. Al cabo de unos minutos el pequeño
pájaro azul, se petrificó. De rodillas y entierrado, miraba atentamente la copa
del raquítico árbol del bañado. Invadido por la curiosidad, decidió ir a ver al
pajarillo y trepar ese misterioso árbol. Nadó hasta allí. Llegó y empezó a
trepar, temía que se le quebrara alguna rama. El árbol aguantó firmemente. Se
encontraba a centímetros del pájaro azul petrificado, y justo al momento de
tomarlo, este se desprendió del árbol, al igual que una fruta madura, y cayó al
agua. Encolerizado, insultó y golpeó al raquítico árbol. Lo maldecía, y cuando
se estaba bajando, salió del agua, majestuosamente, el pajarito azul y se posó en
su hombro. En su patita derecha llevaba una nota cuidadosamente colocada. Con
precisión envidiable, sacó la notita. La abrió, ésta decía “pide un deseo, es
tu recompensa por haberme salvado”. Él sin dudarlo ni un segundo, pidió volver
a verla a su madre. Pensó que se trataba de un vil engaño, y qué alguien estaba
jugando con sus pobres ilusiones. Abatido, se bajó del árbol y nado hacia la
orilla. Se puso la ropa y se dispuso a llenar los baldes. Cuando terminó,
emprendió el regreso. Camino cincuenta metros y vio a lo lejos a una mujer. Su
corazón latía acelerado, temía haber perdido la razón. Se acercó lentamente, le
temblaban las piernas…Su deseo se había cumplido, su madre, sentada lo estaba
esperando para acompañarlo y cantarle para toda la eternidad.
Autor: Matías Rumilla.
08/05/2018.
Interesante. ta lindo. :3
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