martes, 8 de mayo de 2018

El Bañado (Cuento).


El canto del gallo lo despertó súbitamente. Todavía soñoliento, fue hacia el baño, se lavó la cara y los dientes. Se sentía cansado. No había tenido una buena noche. Los mosquitos y los perros no lo dejaron dormir. El sol se aproximaba tímidamente en el horizonte, sus rayos pintaban de color al campo. A lo lejos se escuchaban el cantar de las aves silvestres. Mientras tanto él acomodaba su cama, odiaba hacerlo, y a pesar de no tener reproches ajenos, él se obligaba a tenderla. Cuando terminó el reloj marcaba las 6 a.m. Estiró un poco los músculos, y puso la pava a calentar. Deseaba unos buenos mates con tortilla. Su cena había sido insípida. Tenía la esperanza de que pase la mala cosecha. Pasaron unos minutos, el silbido de la pava rompió el silencio. Luego de desayunar, salió al campo, su perro lo recibió moviendo la cola y juntos fueron hacia la huerta. La situación era desalentadora, la lluvia le era esquiva y sus plantas lo sufrían. Suspiró pesadamente e insulto al aire. Y sin más, emprendió camino a la represa en busca agua.
La represa “el Bañado” se encontraba a unos tres kilómetros de su rancho, todos los días tomaba el mismo sendero. Le gustaba ir por allí, porque le recordaba a su madre. De niño, él la acompañaba y aprovechaba ese momento a solas con ella para oírla cantar. Ella tenía una voz dulce como la miel que entonaba viejas melodías que había aprendido de niña. Él,  sin embargo no nació con ese talento musical. Se contentaba con escucharla y disfrutar del paisaje. Ahora lo único que le quedaba de ese recuerdo de la infancia era ese sendero atemporal de camino al Bañado. Ya no existían ni ese niño ni esa mujer cantora que él tanto amaba. Cuando se empezaba a sentir triste por esos recuerdos furtivos, miraba a su perro. Este le devolvía una mirada alegre que le levantaba el espíritu y lo alentaba a seguir andando.
A trescientos metros del Bañado, escuchó un sonido muy peculiar, pero no se inmutó demasiado. Su compañero canino, al igual que su amo, siguió a paso firme. Luego lo volvió a oír. Se detuvo, le llamaba la atención ese cantó tan particular, nunca había oído algo similar. Hace más de cincuenta años que hacia el mismo camino, todos los días, y era la primera vez que escuchaba algo así. De repente divisó un pequeño pajarillo azul. Pensó que era un colibrí, pero no podía serlo, porque no tenía ese aleteo frenético característico. Su pico, muy alargado para su tamaño, estaba teñido de un color carmín platinado. Era hermoso. Su cantó lo deleitaba, esa diminuta ave era la responsable de tan bello sonido. Por un instante se olvidó del agua y de su compañero canino, y buscó acercarse al pajarito azul que se encontraba en la copa de un viejo algarrobo. Temía que sus movimientos lo asustaran. Sigiloso, medía cada paso. Estaba sudando y se sentía algo nervioso. Por su parte el pajarito continuaba en el árbol despreocupado. Logró llegar al tronco del viejo algarrobo y pudo contemplarlo mejor. Pero su deleite duro apenas unos segundos. El pequeño plumífero alzó vuelo. Frustrado y rezongando, tomó sus baldes y emprendió hacia la represa. Se preguntaba porque nunca había visto un pájaro similar, teniendo en cuenta que conocía el campo mejor que nadie. Lo más curioso era aquella extraña atracción que sintió. No era alguien  devoto de las aves, él prefería los perros y los caballos, sin embargo no se podía sacar ese pajarito azulado de la mente. Al llegar al Bañado, observó algo extraño. A lo lejos divisó una silueta de un árbol deshojado, ubicado justo en el medio del agua. Confundido, se frotó los ojos. Pensó que estaba alucinando, ¿cómo era posible? ¿Tan bajo era el nivel de la represa? No podía ser, el Bañado estaba lleno. Agarró una piedra y la lanzó contra el raquítico árbol pero no pudo atinarle. Si este era real tendría que oír el ruido del impacto. Probó de nuevo sin éxito. Sin duda ese árbol era real, proyectaba sombra. Ya no quería perder más tiempo, y se concentró en su tarea, cuando estaba a punto de empezar a llenar los baldes, el pequeño pájaro azul se posó adelante. Lo contempló con admiración. El diminuto animal permanecía inmóvil, y sintió un irresistible deseo de agarrarlo y tenerlo en su poder. Agazapado, se abalanzó, pero falló. El pajarito desplego sus alas, y voló hacia el extraño árbol, posándose en la copa, cantando plácidamente. Al cabo de unos minutos el pequeño pájaro azul, se petrificó. De rodillas y entierrado, miraba atentamente la copa del raquítico árbol del bañado. Invadido por la curiosidad, decidió ir a ver al pajarillo y trepar ese misterioso árbol. Nadó hasta allí. Llegó y empezó a trepar, temía que se le quebrara alguna rama. El árbol aguantó firmemente. Se encontraba a centímetros del pájaro azul petrificado, y justo al momento de tomarlo, este se desprendió del árbol, al igual que una fruta madura,  y cayó al agua. Encolerizado, insultó y golpeó al raquítico árbol. Lo maldecía, y cuando se estaba bajando, salió del agua, majestuosamente, el pajarito azul y se posó en su hombro. En su patita derecha llevaba una nota cuidadosamente colocada. Con precisión envidiable, sacó la notita. La abrió, ésta decía “pide un deseo, es tu recompensa por haberme salvado”. Él sin dudarlo ni un segundo, pidió volver a verla a su madre. Pensó que se trataba de un vil engaño, y qué alguien estaba jugando con sus pobres ilusiones. Abatido, se bajó del árbol y nado hacia la orilla. Se puso la ropa y se dispuso a llenar los baldes. Cuando terminó, emprendió el regreso. Camino cincuenta metros y vio a lo lejos a una mujer. Su corazón latía acelerado, temía haber perdido la razón. Se acercó lentamente, le temblaban las piernas…Su deseo se había cumplido, su madre, sentada lo estaba esperando para acompañarlo y cantarle para toda la eternidad. 



Fin. 



Autor: Matías Rumilla.
08/05/2018. 

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