Advertencias: querido lector, este cuento
(como usted) tiene sus particularidades. Por eso requiere de ciertas
sugerencias. 1- el desenlace está al comienzo. Porque, tanto usted como yo,
amamos más la trama que el desenlace. Además es una forma práctica de evitar
spoilers. 2- Notará que el tiempo del cuento es ciertamente cíclico, al punto
que si lo relee varias veces pensará que es eterno, entonces ¿tiene sentido
hablar de inicio, desarrollo y cierre? 3-Hay algunos comentario del autor, que
sirven para hacerlo cómplice y así evitar la soledad literaria. Sin más que decir puede leerlo en paz.
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“Sólo existió un ser que entendía mi pintura.
Mientras tanto, estos cuadros deben de confirmarlos cada vez más en su estúpido
punto de vista. Y los muros de este infierno serán, así, cada día más
herméticos”.
Al cerrar el libro
pensó en su vida. Ir y venir, correr de aquí para allá, al fin y al cabo… ¿hacia
dónde? -Dijo en voz alta y falleció sentado en aquel viejo sillón.
Nunca pensó que un libro lo pudiera conmover.
Llegó a él de casualidad, cuando una tarde de octubre decidió quemar los
diarios viejos del depósito. Mientras apilaba la basura algo se le escurrió del
montón y cayó, era un libro viejo, que parecía querer escaparse del fuego
inquisidor. Dudó si volverlo apilar o apartarlo. Finalmente lo dejó en el suelo
y se fue…Hizo tres veces el mismo camino, cargaba los diarios y avivaba el fuego.
Al terminar, cerró el depósito y se fue a duchar.
–Espero que no se molesten los vecinos- pensó en
voz alta. A veces hablaba consigo mismo para engañar la soledad. La casa nunca
había sido bulliciosa, su madre era una persona tranquila, de pocas palabras. Ambos
vivían muy cómodos, sin molestarse demasiado. Ella había muerto hace un tiempo
y desde entonces los silencios habitaban aquel lugar.
Cenó un huevo frito, apagó la radio y se fue
a dormir. Puso el despertador a las mismas 6:30 de todos los días, acomodó la almohada
y se acostó. La habitación quedó a oscuras. Una negrura recóndita confundía a
su razón, la oscuridad hacía que fuera indistinto tener sus párpados abiertos o
cerrados. La vigilia se agudizaba y poco a poco se transformaba en insomnio.
Empezó a pensar en lo que había hecho durante el día. Sus recuerdos empezaron a
ser más profundos y fijaba sus pensamientos en detalles insignificantes: luces,
colores, estampitas, alguna frase que escuchó de la radio, nombres rimbombantes…
Entre tantas cosas recordó aquel librito. Ni siquiera lo había levantado. Seguro
estaba ahí donde lo había dejado, en el suelo. Le intrigaba saber de qué trataba,
quién era su autor…pensó en mil posibilidades, quizás era un libro de ciencias
naturales. Eso le trajo a la memoria sus años en el Colegio Nacional, aquellas clases
tediosas de química y biología, el sistema nervioso, el digestivo, etc. –Tantos
sistemas, macros y micros-pensó- somos engranajes- se dijo, y se imaginó en un camino
desolado, rodeado de ruedas gigantescas movidas por el viento. Al frente había
un zorro. Las ruedas no paraban y avanzaban lentamente, el zorro lo miraba mientras
caminaba– ve a la soledad, haz de ella tu mundo- Irrumpió una voz en aquella visión.
Todo se eclipsó. Un claro de luna se colaba desde su ventana- ¿Estoy soñando?-
se preguntó. La experiencia lo había despabilado. Estaba algo inquieto, como
reflexivo.
Nuevamente aquel libro rondaba por su mente.
Pensó que podría ser la única novela de
un autor ermitaño, que dedicó su vida a ella. Esto lo angustió, se sentía un
desagradecido por el desinterés y el maltrato de su parte a aquella obra. Presionado
por su arrepentimiento, se dispuso a rescatar ese autor del olvido…Al momento
de levantarse otro pensamiento fugaz le cayó como un rayo, y ¿sí el libro estaba
endemoniado?-pensó- Se detuvo de inmediato. Paralizado, empezó a analizar la situación.
El libro había estado oculto y esto no era casual. Seguramente su madre debía
haber tenido sus razones para ello. Además, el libro estaba ejerciendo en él
una extraña atracción, lo cual lo llevó a suponer que esto podría ser efecto
de una fuerza maligna- La misma que me provocó esa visión espeluznante del
zorro y las ruedas- conjeturó.
Meditó un rato más, no sabía cuánto había
pasado desde que empezó a obsesionarse con el libro. Pensó en ver la hora, pero
un instante después se durmió. Se levantó temprano, minutos antes de que sonara
el despertador. Los perros de la cuadra aullaban y escuchó al diariero
acercarse a la puerta. Aún soñoliento y en calzoncillos fue a levantar el Matutino. El titular decía
“extraordinario túnel secreto devela un red de corrupción”. De esa oración
“impactante” solo registró la palabra “túnel”, lo demás le era indiferente. Qué
sentido podía tener para él la corrupción o una red, poco y nada. – Túnel,
que palabra curiosa- se dijo, luego se cambió y se hizo un té.
Mientras desayunaba le llovían los recuerdos
del desvelo. El zorro, el libro, un escalofrío, el miedo, su madre, los
sistemas, el colegio, el túnel de la mañana y los perros completaban el
rompecabezas de su vida monótona y fatigosa. Sin embargo, a pesar de que sus
pensamientos se entremezclaba y divagaba entre la anarquía absoluta, los
sistemas y la fantasía de creerse un engranaje más en la máquina del sin sentido universal, todo terminaba en el mismo puerto: aquel libro que salvó del fuego. Todos los
caminos conducían a aquel suvenir de árboles
devenidos en páginas cargadas de palabras- ¿por qué no me animo a ir a buscarlo
y ver de qué se trata?- se preguntó (Seguro usted lector también se pregunta lo
mismo, no lo culpo es sentido común). Luego de un instante de duda existencial,
se levantó dispuesto a terminar con aquel asunto. Decidido, se paró con aires
de hidalguía, infló el pecho y salió de la cocina. Empezó a sentir que la
adrenalina aumentaba cada vez que se acercaba al depósito. Hacía tiempo que no
notaba el rubor de sus mejillas y el calor en sus orejas, por un instante pensó
qué había desperdiciado sus últimos años de vida o tal vez su vida misma era
más aburrida de lo creía (¿acaso es posible que un libro lleno de polvo pudiera
provocar semejante duda y nerviosismo en un hombre? ¿Qué tan miserable y poco
emocionante habían sido sus años?). Lo cierto era que cada segundo y cada
centímetro hacia el libro, era una victoria para él. Una batalla ganada. Se
sentía rebelde, valiente, como un héroe mítico. Al llegar, cerró sus ojos…No quería ver directamente al libro. Solo cien milésimas previas le bastaron para
plantearse sí aquél tapa dura no era una trampa para quedar ciego de por
vida, como sí el libro fuera una extensión material de algún demonio o
Gorgona. Por las dudas, frunció el seño. Luego de unos segundos, lo abrió y al asegurarse
de que aún conservaba la vista, lo observó detenidamente.
Enorme fue su desconcierto al ver que justo
al lado del libro se hallaba una gran mariposa negra. ¡Una bruja!- grito- y de
un salto, salió corriendo despavorido (¿Y usted qué piensa lector? ¿Continuará dándole
una oportunidad más a este pobre tipo? Que, además de ser indeciso es
tremendamente supersticioso). Agitado por semejante sobresalto fue al baño a
lavarse la cara. Se vio al espejo y vio un rostro triste y temeroso. Sintió
pena al verse tan desprotegido, pero su consciencia le daba la razón, él había
actuado correctamente. Ya más calmo, fue nuevamente a la cocina. Estuvo sentado
ahí cerca de una hora, meditando si volver o quedarse en la tranquilidad del
comedor. Los minutos trascurrían, el reloj dio las 11. Quería despejarse, darle
aire a sus pensamientos. Salió, fue a la placita del barrio, vio a dos señoras
tomando mate. Una de ellas tenía a sus pies un libro, o quizás era un termo.
Dudó, y volvió a ver…Era un termo. Luego pasaron dos chicos en bicicleta. Ambos
sonreían, notó que en el carrito de una de las bicis había un libro o quizás era
una bolsa de papas. Dudó, volvió a ver, y sí…eran papas. Perseguido por aquellas
visiones, empezó a caminar sin rumbo. Ya
lejos de su barrio pensó que todo había terminado, se sentía a salvo. Quemaba
el sol, ya eran las 12. Acalorado buscó una sombra, pero para su delirio, se
dio cuenta de que estaba justó en la vereda de la biblioteca del pueblo.
Empalideció, parecía haber visto al mismísimo demonio, y casi sin pensar,
corrió hasta su casa. Los libros lo perseguían. Entró, y cerró puertas y
ventanas. Era inútil…todo conducía a aquel libro, y allí estaba él, tan cerca
de aquella obsesión.
Dejó de vacilar, se armó de valor y fue al
depósito. Al llegar, vio que la supuesta bruja ya no estaba, suspiró aliviado. Fue acercándose lentamente, cada centímetro era un desafío, jamás había sentido
tanta adrenalina. Ya casi podía acariciarlo, y de repente…Se cortó la luz, quedó
a oscuras. El miedo lo puso a rezar, no
sabía bien porqué lo hacía. Al llegar al Ave María, se hizo la luz. Y sin
respirar, tomó el libro y salió velozmente como escapándose.
El libro se titulaba el “túnel”, cuyo autor
era Ernesto Sábato. Envalentonado, inicio su lectura. Al pasar las primeras
tres páginas olvidó todas sus vacilaciones, y su obsesión se enfocó en aquella
historia de pasión y muerte. Vivió intensamente cada palabra, tanto fue así que
el final de este cuento ya se los conté al comienzo.
Fin
Autor: Matías Rumilla.