miércoles, 5 de diciembre de 2018

Crónica de un indeciso

Advertencias: querido lector, este cuento (como usted) tiene sus particularidades. Por eso requiere de ciertas sugerencias. 1- el desenlace está al comienzo. Porque, tanto usted como yo, amamos más la trama que el desenlace. Además es una forma práctica de evitar spoilers. 2- Notará que el tiempo del cuento es ciertamente cíclico, al punto que si lo relee varias veces pensará que es eterno, entonces ¿tiene sentido hablar de inicio, desarrollo y cierre? 3-Hay algunos comentario del autor, que sirven para hacerlo cómplice y así evitar la soledad literaria. Sin más que decir puede leerlo en paz.
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“Sólo existió un ser que entendía mi pintura. Mientras tanto, estos cuadros deben de confirmarlos cada vez más en su estúpido punto de vista. Y los muros de este infierno serán, así, cada día más herméticos”.

Al cerrar el libro pensó en su vida. Ir y venir, correr de aquí para allá, al fin y al cabo… ¿hacia dónde? -Dijo en voz alta y falleció sentado en aquel viejo sillón.

Nunca pensó que un libro lo pudiera conmover. Llegó a él de casualidad, cuando una tarde de octubre decidió quemar los diarios viejos del depósito. Mientras apilaba la basura algo se le escurrió del montón y cayó, era un libro viejo, que parecía querer escaparse del fuego inquisidor. Dudó si volverlo apilar o apartarlo. Finalmente lo dejó en el suelo y se fue…Hizo tres veces el mismo camino, cargaba los diarios y avivaba el fuego. Al terminar, cerró el depósito y se fue a duchar.
 –Espero que no se molesten los vecinos- pensó en voz alta. A veces hablaba consigo mismo para engañar la soledad. La casa nunca había sido bulliciosa, su madre era una persona tranquila, de pocas palabras. Ambos vivían muy cómodos, sin molestarse demasiado. Ella había muerto hace un tiempo y desde entonces los silencios habitaban aquel lugar.
Cenó un huevo frito, apagó la radio y se fue a dormir. Puso el despertador a las mismas 6:30 de todos los días, acomodó la almohada y se acostó. La habitación quedó a oscuras. Una negrura recóndita confundía a su razón, la oscuridad hacía que fuera indistinto tener sus párpados abiertos o cerrados. La vigilia se agudizaba y poco a poco se transformaba en insomnio. Empezó a pensar en lo que había hecho durante el día. Sus recuerdos empezaron a ser más profundos y fijaba sus pensamientos en detalles insignificantes: luces, colores, estampitas, alguna frase que escuchó de la radio, nombres rimbombantes… Entre tantas cosas recordó aquel librito. Ni siquiera lo había levantado. Seguro estaba ahí donde lo había dejado, en el suelo. Le intrigaba saber de qué trataba, quién era su autor…pensó en mil posibilidades, quizás era un libro de ciencias naturales. Eso le trajo a la memoria sus años en el Colegio Nacional, aquellas clases tediosas de química y biología, el sistema nervioso, el digestivo, etc. –Tantos sistemas, macros y micros-pensó- somos engranajes- se dijo, y se imaginó en un camino desolado, rodeado de ruedas gigantescas movidas por el viento. Al frente había un zorro. Las ruedas no paraban y avanzaban lentamente, el zorro lo miraba mientras caminaba– ve a la soledad, haz de ella tu mundo- Irrumpió una voz en aquella visión. Todo se eclipsó. Un claro de luna se colaba desde su ventana- ¿Estoy soñando?- se preguntó. La experiencia lo había despabilado. Estaba algo inquieto, como reflexivo.
Nuevamente aquel libro rondaba por su mente. Pensó que podría ser la única  novela de un autor ermitaño, que dedicó su vida a ella. Esto lo angustió, se sentía un desagradecido por el desinterés y el maltrato de su parte a aquella obra. Presionado por su arrepentimiento, se dispuso a rescatar ese autor del olvido…Al momento de levantarse otro pensamiento fugaz le cayó como un rayo, y ¿sí el libro estaba endemoniado?-pensó- Se detuvo de inmediato. Paralizado, empezó a analizar la situación. El libro había estado oculto y esto no era casual. Seguramente su madre debía haber tenido sus razones para ello. Además, el libro estaba ejerciendo en él una extraña atracción, lo cual lo llevó a suponer que esto podría ser efecto de una fuerza maligna- La misma que me provocó esa visión espeluznante del zorro y las ruedas- conjeturó.
Meditó un rato más, no sabía cuánto había pasado desde que empezó a obsesionarse con el libro. Pensó en ver la hora, pero un instante después se durmió. Se levantó temprano, minutos antes de que sonara el despertador. Los perros de la cuadra aullaban y escuchó al diariero acercarse a la puerta. Aún soñoliento y en calzoncillos fue a levantar el Matutino. El titular decía “extraordinario túnel secreto devela un red de corrupción”. De esa oración “impactante” solo registró la palabra “túnel”, lo demás le era indiferente. Qué sentido podía tener para él la corrupción o una red, poco y nada. – Túnel, que palabra curiosa- se dijo, luego se cambió y se hizo un té.
Mientras desayunaba le llovían los recuerdos del desvelo. El zorro, el libro, un escalofrío, el miedo, su madre, los sistemas, el colegio, el túnel de la mañana y los perros completaban el rompecabezas de su vida monótona y fatigosa. Sin embargo, a pesar de que sus pensamientos se entremezclaba y divagaba entre la anarquía absoluta, los sistemas y la fantasía de creerse un engranaje más en la  máquina del sin sentido universal, todo terminaba en el mismo puerto: aquel libro que salvó del fuego. Todos los caminos conducían a aquel suvenir de árboles devenidos en páginas cargadas de palabras- ¿por qué no me animo a ir a buscarlo y ver de qué se trata?- se preguntó (Seguro usted lector también se pregunta lo mismo, no lo culpo es sentido común). Luego de un instante de duda existencial, se levantó dispuesto a terminar con aquel asunto. Decidido, se paró con aires de hidalguía, infló el pecho y salió de la cocina. Empezó a sentir que la adrenalina aumentaba cada vez que se acercaba al depósito. Hacía tiempo que no notaba el rubor de sus mejillas y el calor en sus orejas, por un instante pensó qué había desperdiciado sus últimos años de vida o tal vez su vida misma era más aburrida de lo creía (¿acaso es posible que un libro lleno de polvo pudiera provocar semejante duda y nerviosismo en un hombre? ¿Qué tan miserable y poco emocionante habían sido sus años?). Lo cierto era que cada segundo y cada centímetro hacia el libro, era una victoria para él. Una batalla ganada. Se sentía rebelde, valiente, como un héroe mítico. Al llegar, cerró sus ojos…No quería ver directamente al libro. Solo cien milésimas  previas le bastaron para plantearse sí aquél tapa dura no era una trampa para quedar ciego de por vida, como sí el libro fuera una extensión material de algún demonio o Gorgona. Por las dudas, frunció el seño. Luego de unos segundos, lo abrió y al asegurarse de que aún conservaba la vista, lo observó detenidamente.
Enorme fue su desconcierto al ver que justo al lado del libro se hallaba una gran mariposa negra. ¡Una bruja!- grito- y de un salto, salió corriendo despavorido (¿Y usted qué piensa lector? ¿Continuará dándole una oportunidad más a este pobre tipo? Que, además de ser indeciso es tremendamente supersticioso). Agitado por semejante sobresalto fue al baño a lavarse la cara. Se vio al espejo y vio un rostro triste y temeroso. Sintió pena al verse tan desprotegido, pero su consciencia le daba la razón, él había actuado correctamente. Ya más calmo, fue nuevamente a la cocina. Estuvo sentado ahí cerca de una hora, meditando si volver o quedarse en la tranquilidad del comedor. Los minutos trascurrían, el reloj dio las 11. Quería despejarse, darle aire a sus pensamientos. Salió, fue a la placita del barrio, vio a dos señoras tomando mate. Una de ellas tenía a sus pies un libro, o quizás era un termo. Dudó, y volvió a ver…Era un termo. Luego pasaron dos chicos en bicicleta. Ambos sonreían, notó que en el carrito de una de las bicis había un libro o quizás era una bolsa de papas. Dudó, volvió a ver, y sí…eran papas. Perseguido por aquellas  visiones, empezó a caminar sin rumbo. Ya lejos de su barrio pensó que todo había terminado, se sentía a salvo. Quemaba el sol, ya eran las 12. Acalorado buscó una sombra, pero para su delirio, se dio cuenta de que estaba justó en la vereda de la biblioteca del pueblo. Empalideció, parecía haber visto al mismísimo demonio, y casi sin pensar, corrió hasta su casa. Los libros lo perseguían. Entró, y cerró puertas y ventanas. Era inútil…todo conducía a aquel libro, y allí estaba él, tan cerca de aquella obsesión.
Dejó de vacilar, se armó de valor y fue al depósito. Al llegar, vio que la supuesta bruja ya no estaba, suspiró aliviado.  Fue acercándose lentamente, cada centímetro era un desafío, jamás había sentido tanta adrenalina. Ya casi podía acariciarlo, y de repente…Se cortó la luz, quedó a oscuras.  El miedo lo puso a rezar, no sabía bien porqué lo hacía. Al llegar al Ave María, se hizo la luz. Y sin respirar, tomó el libro y salió velozmente como escapándose.

El libro se titulaba el “túnel”, cuyo autor era Ernesto Sábato. Envalentonado, inicio su lectura. Al pasar las primeras tres páginas olvidó todas sus vacilaciones, y su obsesión se enfocó en aquella historia de pasión y muerte. Vivió intensamente cada palabra, tanto fue así que el final de este cuento ya se los conté al comienzo.




Fin


Autor: Matías Rumilla.