Después de tantos años
de profesión, solo mis memorias son fieles a mí antaño. Recuerdo con claridad
un caso muy peculiar de un campesino de los llanos riojanos. En ese entonces,
yo cumplía funciones en un pequeño centro de salud de la localidad de Patquía.
Allí inicie mis labores de médico con apenas veinticuatro años. El
trabajo no era sencillo debido a la falta de recursos, sin embargo mi
entusiasmo eclipsaba las condiciones paupérrimas del lugar.
Un día llegó al
consultorio un baqueano de la zona, llamado Eusebio. El
hombre tenía unos cuarenta y dos años, y nos contó que sufría de olvido. Al
escuchar esto, pensé que era una broma, pero él no parecía estar bromeando, lo
decía en serio, muy convencido de su problema. Según él, su olvido estaba
asociado a la incapacidad para poder recordar los nombres propios del mundo que
lo rodeaba. La primera prueba de su falta de memoria, según nos contó, quedó
demostrada una mañana, cuando al despertar quiso llamar a su esposa y no
recordaba su nombre. Sin duda lo ocurrido era algo extraño, porque llevaban más de quince años de matrimonio. Esa vez pensó que era algo
pasajero, que pronto volvería a la normalidad. La segunda prueba de este
curioso mal, se dio el mismo día al intentar llamar a su hijo mayor. Por más
que lo intentaba no lograba dar el nombre del muchacho. La situación empezó a
preocuparlo, y adjudicaba su mala memoria a la falta de sueño y agotamiento
laboral, pero con el paso del tiempo, la situación empeoró. Cada día olvidaba otro
nombre y seguía sin poder recordar los primeros. Fue entonces cuando Eusebio
decidió acercarse al consultorio. Entristecido, buscaba algún remedio mágico para su
desgracia. Lo oí atentamente, y por sus descripciones, pensé que se trataba de
una amnesia progresiva. Le recomendé algunas píldoras y ejercicios mentales. Lo que más me sorprendía del caso era la velocidad con
la que se manifestó la enfermedad en Eusebio y temía haberlo diagnosticado mal.
Cuando él decidió
partir a su hogar, la
mueca pesada de su rostro sugería que había olvidado el camino para volver a su
rancho. Esto lo entristeció. Se sentía inútil. Y me dijo algo que
jamás olvidaré: “Quien anda su camino sin saber su origen ni su pasado, se
vuelve tan estúpido que acaba en cualquier lado”. Cabizbajo, Eusebio se marchó
a campo traviesa. Días más tarde encontraron su cadáver deshidratado en medio
del monte. Me puso triste la noticia. Algunos lugareños afirmaban que Eusebio
se había olvidado todo. Yo creo que no fue así. A veces cuando me busco, me
encuentro con este recuerdo, y pienso que sería de mí si me ocurriera algo
similar a lo de Eusebio. Seguramente los libros que leí no tendrían nombres
propios y mi lectura seria sempiterna, porque jamás podría decir que
acabé de leer una obra en particular. Lo mismo pienso de las películas y la
música. Todo sería una prolongación eterna que jamás acabaría o mejor dicho
acabaría un día, con mi muerte. Las mujeres y los hombres serían distintas
facetas de un mismo eje, de una misma estructura corpórea. Sin duda sería
extraño…Hoy lejos de olvidarme de Eusebio, veo que el comienzo de mis días se
avecina paulatinamente, será por eso que ando con ganas de prolongarme
infinitamente.
Fin.
Cuento
dedicado a la memoria de mi abuelo Jorge Luis Mercado.
Matías
Rumilla. 28/03/2018.